PUERTA DE ORO 
Ana Lucía Vlieg
Abrióse la puerta de oro

de par en par a mi paso

y atravesé sus umbrales;

y me hechizó con su abrazo.

Me regaló su frescura

la brisa del Magdalena,

mientras jugaba en las hojas

con aires de cumbiambera.

El sol dorado y candente

bautizóme con su fuego,

bañó de luz mis auroras

y se prendió a mi recuerdo.

Mi alma robó a las nubes

sus alas blancas, ligeras,

para soñar al vaivén

de hamacas sanjacinteras.

Sabor de nueva mañana

tenían el bollo y la arepa;

bebí en el café con leche

el encanto de esa tierra

que por sencilla cautiva

sin apenas darnos cuenta.

Su magia vive en aquéllos

que olvidando las reservas,

abren portal y ventanas

a quien desde lejos llega.

No es un ramo de mil frases

de aquella gente la ofrenda;

es un lugar en sus almas

y un sitio en su propia mesa.

El llamador lanza un grito

que a la tambora estremece;

y gime la flauta’e millo

al repique de un alegre.

Se encienden las emociones

como flamas de una hoguera

y graciosas se columpian

en sus tallos las cayenas.

Yo quiero aprender tus artes,

morena del Mar Caribe,

para enamorar a aquél

que en mis ilusiones vive.

Quiero tener como tú

ese poder escondido;

ese enigma indescriptible

que en tu pecho halló su nido.

Tierra de calor y playa,

¡Cuántos secretos encierras!

¡Cuántas leyendas arrulla

el canto de tus palmeras!

Me alejé de tu sonrisa

una tarde veraniega;

mas quedó mi corazón

en la red de tus arenas.



Ana Lucía Vlieg